Seguramente, todos estemos al día de
la versión más chachi-piruli de La Sirenita, en la que Ariel (a
ritmo de "Bajo del maaaaar, bajo del maaaar") se planta
frente a Úrsula, la bruja-pulpo, para que la convierta en humana con
la idea de conseguir casarse con Eric, el príncipe. ¿El precio que
ha de pagar? Regalarle su dulce voz. Total, que la supuesta malvada
bruja, se hace pasar por otra mujer para que Ariel no enamore al
príncipe pero, como era de esperar en las historias Disney, al final
se casan y son felices.
En el cuento original, de Andersen,
Ariel rescata al príncipe de un naufragio sí, pero el resto de la
historia es bastante diferente. Para empezar, su amigo Sebastian, el
cangrejo, no existe. Además, la malvada Úrsula no es un pulpo, sino
una sirena hechicera. Cuando la inocente Ariel acude a ella, a cambio
de dotarla de piernas con una poción, Úrsula le corta la lengua y
le dice que si no logra enamorar a Eric antes de que el sol se ponga,
tendrá que afrontar graves consecuencias.
Ariel acepta convencida de que será
capaz de cautivar al joven pero, para sorpresa suya, cuando llega a
la playa presencia la boda del príncipe con otra mujer. La hechicera
se lo deja claro: ha de matar a Eric de una puñalada si quiere
volver a tener su vida anterior. La joven, incapaz de matar al que
considera que es el amor de su vida, se lanza al mar para acabar con
su propia vida, quedando convertida en una suave y espesa espuma de
mar.
Una prueba más de porqué no se extinguieron las perdices...
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